6 de marzo de 2013

Los senderos amarillos

A mi papá.

Solía contarme las aventuras de aquella niña perdida en un mundo mágico, hasta quedarme dormido. Y mis ojos casi nunca llegaban abiertos al final.
Se hacían mis oídos, con la intensidad de cada una de sus palabras, perseverantes buscadores de hasta el más mínimo detalle.
Quizás alguna noche una palabra que no hubiera oído la noche anterior, me habría cambiado la historia.

Siempre pedía que volviera a empezar desde el principio, aunque sus ganas expresas los últimos meses, fueran alguna vez contar el final de aquel libro.

Me negaba completamente a que acortara camino.
Quería que empezara de cero. 
Tal vez, para que fuera más el tiempo que estuviera conmigo si es que no pudiera dormirme...

Pasaron muchos años luego de la última noche en que su voz volvió a relatarme las andanzas en aquellos senderos amarillos. De aquel niño obstinado con la costumbre de oir todo desde la página cero y quedándose siempre dormido a un par de capítulos.
De ese niño, que ya dejó de leer cuentos y que ya dejó de mirar con nostalgia aquel mismo. Que ya dejó de culpar a su caprichosa costumbre, de que él se hubiera ido. Que ya leyó, completó y volvió a leer todo el libro.

Ese niño, que ya incluso dejó también de ser un niño.
Y que hoy, ha dejado de ser hijo.

CS.

2 comentarios :

  1. Dijiste en pocas palabras y en un muy bello relato lo que una persona puede llegar a sentir después de un abandono tan grande como el de un familiar tan importante para su vida.
    Me gustó muchísimo tu entrada.

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  2. Hermoso... y debo reconocer me sentí bastante identificado, aunque mi situación no sea la misma... A veces los padres no se dan cuenta lo mucho que afectan con su ausencia a sus hijos. No faltan padres perfectos, faltan padres responsables.


    Y dejame reparar en algo: no dejás de ser hijo por el simple hecho de que tenés a tu madre. Una madre que supo cumplir su rol. Abrazo :)

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