6 de julio de 2013

Culpable

Lo engañe tantas veces que cuando descubrió que lo hacía, le pudo más la impotencia frente a su ineptitud que el odio contra mí. Y tanta fue la desidia que le causé que no pudo ni decirme una palabra.
Se remitió al silencio por unos días, un silencio devastador que me dejó parado en medio de una tortuosa nada. Un vacío que me hizo desempolvar esa culpa y esa vergüenza propia que había perdido hace tiempo. Era lo mínimo que me merecía.

Luego de esos días de silencio, una noche se dejó ganar por el alcohol y me llamó por teléfono. Al fijo de mi casa encima, que era el que se sabía de memoria aún estando ebrio. 
Fue entonces que me dijo cuanto lo hice sufrir. 
Me hincó con cada palabra (cada razón), en lo más profundo de ese músculo que tengo en lugar de un corazón. 
Nunca le dije que lloré en ese momento. No quise que pensara que me seguía burlando de él.

¿Que había hecho con su inocencia? ¿Con su primer amor? Todas esas ilusiones puras que me regaló, ya nadie las iba a poder disfrutar. Le había manchado el alma con mentira y con rencor.
Una amiga osó decirme que si no era yo, iba a ser la vida la que lo curtiera, que nadie se muere en la inocencia. Pero no hizo más que remarcarme, que si podía hacerlo en la culpa.

Pasaron varios meses desde esa llamada hasta la primera vez que lo vi. Lo vi de lejos y me escabullí todo lo que pude para que no me viese él a mí. Su rostro seguía tan triste como aquella vez.
La segunda y la tercera, fueron también así. Y la cuarta me vio él a mí.
Se acercó incluso a saludarme, porque era muy evidente que estábamos los dos ahí. Pero no fue hasta la quinta vez que nos cruzamos que me sorprendió volviéndome a sonreír. 

Sus palabras habían vuelto a ser cálidas y su mirada, a brillar. Me reconfortaba tanto. Me liberaba también.
Habremos hablado 34 segundos como máximo y creo que estoy exagerando, porque estaba en verdad apurado, pero a mí me bastó para dejar de sufrir.
Para dejar de sentir que el daño había sido permanente, de sentir que jamás iba a permitirse volver a ser feliz...

Fue entonces, cuando lo vi irse, que dejé de sentirme culpable.
Y que caí enamorado de ese hombre entero y rozagante que se iba para siempre de mí.

CS.

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