2 de marzo de 2011

Bicicletas

Hoy después de darle pelea a la cama logré levantarme, y justo antes de hacer las cosas imprescindibles de la vida como lavarme los dientes, vestirme, desayunar o actualizar mi estado en twitter, se me vino a la memoria aquella carrera de bicicletas que te gané cuando éramos tan solo unos niños rebeldes.

No fué un sueño ni una alucinación, pero de repente sentí como si estuviese viviendo aquella escena otra vez. En ésta oportunidad, yo era testigo. Nos veía a los dos ríendo, felices; pedaleando a toda fuerza y concentrados tan solo en llegar a la esquina de esa calle de tierra en la que tantas otras veces nos habíamos raspado las rodillas. Vos en tu bicicleta roja con listones rosas y blancos colgados del manubrio. Yo en mi bicicleta verde y con cds viejos de mamá en los rayos. Fué tan mágico ver y revivir ese momento, sintiéndolo tan real.

Cuando salí de ese… Digámosle “trance”. Sentí que tendría un gran día. Mi humor completamente se llenó de inspiración y de sonrisas que venían solas a mí a cada rato.
Al llegar por la noche a casa y al no haber hablado con vos en todo el día, decidí llamarte. Una y otra vez, esperé a que levantaras la bocina del teléfono pero no te encontré.

Me cociné, miré algo de televisión y me fuí a dormir. Dormí como ocho horas seguidas (algo extraño en mi, que siempre tuve problemas con el sueño).

Luego de eso ya habiendo amanecido, el timbre me despertó a los saltos. Desesperadamente alguien tocaba y tocaba, como si se viniera el fin del mundo. A los gritos y tumbos caminé hacia la puerta, mientras a la vez coordinaba mis sentidos para lograr que mi bata quedase atada.
Cuando abrí la puerta allí estaba mamá, llorando desconsolada…

No me hizo falta saber más nada.
CS.