13 de febrero de 2013

Mil maneras de morir

Apenas abrí los ojos esta mañana, supe que sobreviví a morir en un sueño. También a que me picara una de esas arañas venenosas que en algún estado alucinógeno, fantaseé que me atacaba durmiendo.
Y conforme fueron pasando los primeros minutos del día, viendo como el cielo se fue abriendo: supe que el apocalipsis la pifiaba otra vez de milenio.

Pero ahí nomás estaba la ducha. Una patinada y un golpe certero y fin del cuento. 
O la escalera. O la mesada de la cocina, esperando por lo mismo.
Una fuga de gas imprevista y el primer cigarrillo o el exageradísimo primer bocado de pan con manteca, que quizá se quedara atragantado para mi descontento.
La perra que se me atraviesa, la baldosa floja de la vereda, el colectivo al cruzar la esquina con los auriculares puestos. Una bala perdida de un tiroteo a lo lejos.

Las peripecias del día, los ires y venires. Un ladrón que salió a mi encuentro. Un loco al volante o un analgésico con dos días pasados del vencimiento.
Una manifestación que terminó a los palos, un embotellamiento que causó revuelo. O una simple vela aromática que desata un incendio. 

El mundo entero girando y mi pequeño mundo expectante.
Torturas eternas o perderlo todo en un instante.
Mil maneras de morir...

Yo elegí olvidarte.

CS.

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